lunes, 22 de abril de 2013

Las Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo en España: crisis, independencia e insuficiencias crónicas (¿ONG's u OG's?)


Ilustración de El Roto.

Introducción
Las distintas definiciones de ONG encuentran siempre ciertos elementos comunes: organizaciones privadas, impulsadas por grupos de ciudadanos, independientes, sin ánimo de lucro y con fines sociales. Su papel en la cooperación al desarrollo  viene también regulado por la Ley General de Cooperación de 1998 en la que se determina que las ONG son actores fundamentales de la cooperación española y por ello el Estado las fomentará y financiará para que cumplan la importantísima misión de canalizar la participación social en la cooperación. No hay duda de que una democracia madura es aquélla que incrementa cada día la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos.
Por lo tanto la cooperación es una cuestión de justicia que se sitúa en la esfera pública y se construye con la participación de la ciudadanía. Las ONG, como actores que son de esas políticas, deben intervenir e influir en las mismas.  Para ello deben ser críticas, pues las políticas de cooperación muchas veces son meras herramientas de la acción exterior de los donantes y por tanto responden a esas razones de Estado y no siempre a las necesidades objetivas de la cooperación (desde la cuantía de los fondos a la selección de países y grupos más vulnerables, pasando por el tipo de actuaciones o la modalidad de cooperación).  ¿Y qué ocurre cuando las organizaciones deben elegir entre subsistir, financieramente, o cumplir con su función de crítica gubernamental?
Mientras que tan sólo el 16% de la Ayuda Oficial al Desarrollo española de 2012 se canalizó a través de esas organizaciones,  las ONG en nuestro país tienen una gran dependencia de los fondos públicos (lo que parece contradecir su propio nombre): de media casi 6 euros de cada 10 que reciben tienen esa procedencia, llegando algunas a 9  de cada 10 euros. Y eso puede entrar en contradicción con la obligada independencia de las mismas. Como también lo hace, a veces, la necesidad de sostener sus propias  y con frecuencia  hipertrofiadas estructuras, la influencia de estas en la toma de decisiones y la de los gobiernos y contrapartes locales. También dependen en gran medida y unas más que otras, de financiación privada, que muchas veces tiene “sus propios intereses”  no siempre coincidentes con los de las organizaciones.
La eficacia del  trabajo de las ONG se suele deducir de la proporción de los fondos que dedican a los fines para los que han sido creadas sobre los que recaudan. Un 13,6% de los gastos de las ONG españolas se dedican a “captación de fondos y estructura” si bien no todo el resto son “gastos directos” que se hacen en la población beneficiaria de los programas que gestionan.  Pero los gastos indirectos son necesarios para cumplir el trabajo y garantizar el correcto uso de los fondos. La creciente exigencia de las  financiadoras sobre el control de la gestión incrementa enormemente los costes de las organizaciones, disminuyendo por tanto la eficacia final de sus acciones, al burocratizarlas en exceso, acomodarlas y profesionalizarlas. Es preciso señalar que muchas ONG, por ello, tienden a desnaturalizarse y a  identificar sus propias necesidades con las de los beneficiarios.

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Otro gran reto al que se enfrentan estas organizaciones, sobre todo las más grandes, es el democrático: en general carecen de una base social suficiente,  movilizada y, comprometida, tomándose las decisiones con frecuencia de forma poco participativa, en un contexto en el que  la mayoría de los socios se limita a abonar sus cuotas. En gran medida la responsabilidad por ello es de las propias ONG, que han priorizado la búsqueda de fondos sobre la mejora de su implantación social y la participación de los socios, sin facilitarles los cauces suficientes para ello ni fomentar su capacidad crítica. Todo esto ha fragmentado la ayuda y ha incrementado su dependencia de las mismas, hasta convertirlas, muchas veces, en meras gestoras de proyectos y subvenciones.
Pero las ONG no deben actuar como meras empresas de servicios que se contratan por las administraciones para hacer los trabajos que estas no quieren, pueden o saben hacer, lo que en sí mismo es un fracaso del Estado social. O simplemente para que el trabajo salga más barato. Su objetivo es transformar la realidad, el fin social de la definición inicial, por lo que además del trabajo con la población vulnerable deben aplicarse aquí en sensibilizar a la población española sobre los problemas del Sur hacia visiones más favorables al desarrollo. Sin ambos compromisos es difícil cumplir con esa función transformadora.
Las ONG saben que sus intereses no pueden ser los del capitalismo global ni los de los gobiernos, ni olvidan que la solución a la pobreza pasa por un nuevo modelo económico a escala mundial. Por ello deben esmerarse, también, en garantizar la transparencia sobre su funcionamiento y el destino de los fondos que manejan, así como realizar evaluaciones sobre el desempeño de sus programas, lo que incluye publicar los resultados de las mismas.
Las ONG sufren en toda su crudeza los rigores de la crisis por la falta de financiación pública y, también, de la privada. Tan sólo la AOD se ha reducido en un 70% en los dos últimos años. Tanto es así que posiblemente estemos ante el final de un ciclo para las organizaciones del tercer sector. El gobierno español utiliza esta crisis como excusa, llevando sus consecuencias mucho más lejos de lo justificable, al igual que hace en otros ámbitos de la vida social y económica, socavando el Estado del Bienestar. En lo que se refiere a estas organizaciones disminuye su número intentando, a la vez, privatizar su trabajo a favor de empresas con ánimo de lucro. Consigue así reducir su influencia en las políticas públicas a la vez que dinamita el principal cauce de participación de la ciudadanía y la sociedad civil en unas políticas, las de cooperación, que depende de esta participación para su pleno desarrollo.
El futuro exige repolitizar las ONG, hasta que vuelvan a encontrar su propia naturaleza y su razón de ser, cambiando ese rol acomodado que en muchos casos habían asumido  de proveedoras baratas de servicios a las administraciones públicas para convertirse en organizaciones mucho más comprometidas y críticas, reforzando así su legitimidad social y contribuyendo a generar una nueva agenda política. De la misma manera deberán replantearse cómo se puede ejercer la denuncia ante las injusticias a la vez que se siguen solicitando subvenciones gubernamentales. Muchas organizaciones afrontan el trabajo que realizan como una forma de dar respuestas a necesidades acuciantes de la población porque los Estados, que han renunciado a cumplir con su función de proteger a los humildes ante las imposiciones de los poderosos, no lo hacen. Pero desde este punto de vista “sienten” que esa intervención debe ser transitoria hasta que aquéllos cumplan, definitivamente, con su responsabilidad. La denuncia que realizan busca, por tanto, señalar ese déficit y ese abandono hasta conseguir que la presión que genere la misma consiga que  quienes administran lo público vuelvan los ojos a quienes necesitan ayuda.
Quizás esta crisis financiera y el fin de este modelo supongan una oportunidad para que las ONG vuelvan a retomar el camino de los  verdaderos movimientos sociales huyendo de esquemas que les han conducido con demasiada frecuencia a actuar como empresas para la subcontratación de servicios sociales y de cooperación al desarrollo.

La independencia, el gran reto pendiente de las ONG españolas
La independencia es, seguramente, el asunto identitario esencial de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG). ¿Qué sentido tiene, si no, que este rasgo diferencial figure incorporado a su denominación genérica? ¿Se conocen  otros casos en los que lo que no se es adquiera rango de título?  Para subsistir en un entramado tan complejo y diverso como el que conforman estas asociaciones es vital mostrarse como algo diferente a otras entidades que forman parte de la esfera de los gobiernos. Tanto que es preciso convertir ese rasgo en el mínimo común denominador de organizaciones que se saben muy diferentes. Pero ¿esa necesidad de diferenciarse es de verdad suficiente para ser independiente de los gobiernos y sus organismos?
Por supuesto que no.  Las múltiples definiciones de ONG coinciden en varios aspectos elementales que todas deben compartir al margen de su especialización de trabajo y sus objetivos específicos: su naturaleza privada, su altruismo, sus fines sociales y su independencia. Pero ¿qué significa exactamente ser independiente en un mundo tan interconectado?  Sin duda, la capacidad de elegir sin interferencias los aspectos fundamentales de su trabajo: con quién se trabaja, con qué objetivos, en qué lugares y hacia qué población, qué naturaleza tienen las actuaciones y qué componentes abordan. Pero hay cuestiones que aunque se quiera no es posible elegir sino que vienen impuestas por la realidad y por las posibilidades de cada uno. La financiación, por ejemplo. Quién paga las actuaciones y los gastos de estructura de las asociaciones y qué exige a cambio: ¿tan sólo una correcta rendición de cuentas o, también, determinar la política (qué hay que hacer) y la estrategia (cómo hay que hacerlo) de las organizaciones?
“La independencia financiera es imprescindible para evaluar libremente las necesidades de las poblaciones a las que asistimos, sin que nuestra decisión esté condicionada por la agenda internacional de los financiadores ni por los intereses de política exterior de  los agentes directa o indirectamente implicados” reza en el último resumen financiero de Médicos Sin Fronteras (MSF), una de las grandes ONG del sector, que además presume, y no sin motivos, de su gran nivel de independencia. Y  lo hace porque el gran aporte de fondos privados que recibe, que a diferencia de la mayoría de los fondos públicos no tienen carácter finalista, les permite renunciar a ayudas públicas cuando aprecian, por ejemplo, que las administraciones que las ofrecen están involucradas de alguna forma en la génesis del desastre que después intentan paliar colaborando en el socorro a las víctimas. Eso ocurrió, al menos, en las crisis humanitarias derivadas de la primera Guerra del Golfo (1.990 y 1.991) y de la de Kosovo (1.999) en que esta ONG renunció a recibir fondos del gobierno español y de la UE porque habían participado en la guerra que provocó la catástrofe, todo ello sin renunciar a su asistencia con fondos propios (privados) de la organización, eso sí. Además de la independencia se preserva de esta forma el principio humanitario que garantiza a las víctimas no verse en la tesitura de tener que recibir la ayuda de aquéllos que han provocado el dolor, el sufrimiento o la enfermedad que padecen. Muchas ONG recuerdan, ante estos posicionamientos, que desde este punto de vista la independencia es un lujo al alcance de muy pocas, pues muy pocas son las que pueden autofinanciarse a esos niveles.
Las ONG españolas que trabajan en Desarrollo reciben en conjunto el 58% de sus fondos de las administraciones públicas. Algunas, como la mencionada MSF, obtienen menos de un 10% de esas fuentes. Otras, más del 90%. Sobre el papel nada que objetar a que así sea. De hecho la función de cada parte está clara en la Ley de Cooperación Internacional para el Desarrollo de 1.998 por lo que ninguna debiera invadir competencias de la otra. Según ese texto legal las ONG son quienes cumplen la enorme función de conseguir la participación social en la cooperación. Por ello allí se asegura que el Estado debe fomentar sus  actividades y financiarlas. Pero en ese afán transformador de la injusticia que late debajo de cada actuación de esas organizaciones la crítica a las políticas oficiales de cooperación se convierte en un ingrediente fundamental. A partir de aquí, y sobre todo cuando los hábitos democráticos, la imparcialidad y la asunción de las opiniones de los otros no son la constante en el funcionamiento de las instituciones, es fácil deducir, como así pasa, que cuánta más dependencia financiera pública las organizaciones son menos autónomas para planificar sus intervenciones, para intentar influir en las políticas oficiales de cooperación o para emitir esas sanas críticas hacia ellas. Las administraciones con frecuencia trabajan sin olvidar que la cooperación al desarrollo es una herramienta más de la política exterior, priorizando siempre las “razones de Estado” hasta entrar, un día sí y el otro también, en franca contradicción con la intención transformadora de la realidad que mueve a las ONG por lo que estas organizaciones deben enfrentarse cada día a la tesitura de sobrevivir o decir que no a su principal fuente de ingresos.
En este mismo sentido los intereses de los financiadores privados (empresas, compañías, lobbys) cuando colisionan con los propios de las ONG conforman también riesgos inasumibles para la independencia de las mismas.
La independencia, no obstante, no es tan sólo cuestión de la financiación. También es una actitud y un estado de ánimo ante los problemas del mundo. Esa misión “social” y modificadora de la injusticia que está en la propia naturaleza de las ONG les exige no sólo trabajar allí dónde existen los problemas, en el Sur, sino también aquí, aportando a nuestros conciudadanos argumentos y puntos de vista favorables a quienes sufren los efectos de la inequidad y el subdesarrollo allí, hasta cambiar su forma de interpretarlos, entenderlos y afrontarlos. Pero para que calen esos mensajes la gente debe entender, antes de nada, que quien los emite tiene legitimidad para hacerlo, es decir está adornado con valores “poco frecuentes” que le permiten hablar desde una posición de autoridad moral. La fuente de esa legitimidad reside en la propia esencia de estas organizaciones o en la parte de ella que la gente percibe, en especial el trabajo voluntario, la ética y los principios, el altruismo que determina que si algún margen hubiera en los fondos que se reciben nada irá a parar a los bolsillos de los socios ni de los directivos sino a beneficio de la población para la que se trabaja, la eficacia y la rapidez para atender las necesidades y, claro, el afán permanente de cambiar esa realidad injusta. Cuando se desvirtúan esos principios o se defrauda sobre alguno de ellos el efecto es letal para sus objetivos pues se pierde la autoridad en que confía la gente, donde reside la fuerza capaz de cambiar la mentalidad. No olvidemos que las ONG gozan, en un país como el nuestro y en un momento como este, de un gran prestigio social y los casos conocidos de corrupción o malas prácticas hacen un daño enorme a la confianza que en ellas se ha depositado.
El propio trabajo en el terreno que realizan las ONG y cómo a partir de él se pretende modificar la realidad, a veces usándolo como trampolín para alcanzar otros objetivos de justicia social, es la base de la legitimidad y la independencia. Construir unas letrinas en una comunidad rural muy aislada de Asia para mejorar la salud de la población que allí habita puede ser un proyecto de financiación pública al que pueden concurrir una empresa de servicios o una ONG. Pero indudablemente nunca buscarán los mismos objetivos. Aquélla pretenderá, además de cumplir lo contratado, enriquecer a sus dueños. La ONG, a través de ese trabajo de saneamiento ambiental, luchar contra la pobreza e intentar que los humildes tengan voz y, ojalá, voto en aquéllas instancias dónde se toman decisiones que tienen que ver con ellos. Por ello, además, es preciso preservar también la independencia de estas organizaciones de la influencia de los gobiernos locales y de todos los que, en el terreno, puedan albergar otros intereses diferentes a los enumerados.
Independencia, también y cómo no, que hay que ganarse en ocasiones chocando con los propios aparatos de gestión con que se van dotando las organizaciones en la medida en que se hacen, o se hacían,  grandes. Con demasiada frecuencia los gestores intentan gobernarlas con criterios empresariales y para ello buscarán restar capacidad de decisión, independencia por tanto, al voluntariado y a la dirección asociativa que sin duda debe tener otros objetivos diferentes a los puramente administrativos o gerenciales. La propia necesidad de subsistencia de las ONG a la hora de mantener estructuras con dimensiones propias de mejores tiempos puede entrar también en contradicción con esa independencia, al determinar muchas veces que se prioricen las actuaciones más gratas a los financiadores en vez de las orientadas a atender los problemas de las poblaciones más vulnerables.
La gran función que tienen encomendadas las Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo merecería un esfuerzo especial por preservar el don más preciado con que cuentan: su independencia. En ella se basa su auténtica capacidad transformadora de la realidad injusta, su  motivo fundamental, pues es la que le otorga la legitimidad para trabajar y para convencer. La existencia de muchas organizaciones con gran dependencia de la financiación pública o de la “privada con otros intereses” y su escasa base social, les hace demasiado vulnerables para poder garantizar la tarea que la sociedad les ha encomendado.


José Manuel Díaz Olalla
Médico cooperante
Publicado en "Temas para el Debate", nº  221, Abril 2.013
(Ilustración de El Roto. Tomada del blog  JM Álvarez , en: http://jmalvarezblog.blogspot.com.es/2011/07/ong-ni-quito-ni-pongo-rey-pero-defiendo.html


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