lunes, 30 de junio de 2003

¿Es la Ayuda Humanitaria la mejor propaganda de la guerra?


 
Si hay una batalla que sobresale de manera muy notable sobre todas en este panorama actual de desbarajuste en las relaciones internacionales es la de la propaganda. La propaganda entendida en términos de arma generadora de confusión intencionada cuyo objetivo supremo es el de que las cuestiones injustas y atentatorias contra la básica expresión de la razón y la ley las asumamos sin rechistar como en un trágala plausible o, al menos, que las comprendamos como un mal decididamente necesario. Es el juego de las palabras y las denominaciones que esconden, en el fondo, la tergiversación y el maquillaje más profundo de los conceptos que justifican las injustificables razones de estado. Seguro que saben a lo que me refiero: ya no hay guerras, esa palabra que despierta el mayor de los rechazos en la inmensa mayoría de los corazones nobles, sino que hay conflictos. Los conflictos que buscan la hegemonía y las ventajas estratégicas, políticas y económicas no son ilegítimos e injustos sino que son el resultado de acciones consensuadas de la comunidad internacional para preservar la paz y la seguridad. Estas acciones no provocan muertos y heridos entre la población civil sino que se producen lamentables efectos colaterales; los ejércitos que invaden un país contra la legalidad y el derecho internacional son, simplemente, fuerzas de liberación; y el inevitable y vergonzoso reparto del botín se llama ahora tareas de reconstrucción.
 
Pero si algo supera lo insuperable e indigna de manera máxima es el abuso y la desvirtuación extrema que se hace de la llamada ayuda humanitaria. Y es así porque los impasibles guerreros de los despachos y sus medios de comunicación se han apropiado de ese término no simplemente para darle un sentido diferente al que tiene sino, y es lo lamentable, para darle justo el sentido contrario. Nunca hubieran soñado encontrar un slogan tan eficaz para hacer propaganda de la guerra como el de la ayuda humanitaria. Los ejércitos, y el español de manera destacada según el gobierno del Partido Popular, son, según nos cuentan, unas potentes maquinarias que tienen como uno de sus objetivos básicos es el de prestar ayuda humanitaria a las poblaciones castigadas por los conflictos, que, por cierto, ellos mismos provocan. ¿A alguien se le ocurre un desatino mayor? ¿Ustedes creen que ha llegado el momento de que los ejércitos sustituyan en las guerras a la Cruz Roja Internacional? ¿Es que acaso la dignidad de las víctimas, a pesar de que casi siempre se traten de un batallón inmenso de pobres heridos y desarrapados, puede admitir que la misma mano que les tira la piedra, mata a sus hijos o les expulsa de sus casas, acuda después, diligente, con la tirita, el bidón de agua, o la tienda de campaña?

 
Estamos viendo estos días por televisión un spot publicitario del Ministerio de Defensa español que persigue estimular en los jóvenes el impulso de enrolarse en las fuerzas armadas. Las imágenes que ofrece el anuncio publicitario de esforzados soldados rescatando niños de entre los escombros, dando un plato de comida a una anciana con rasgos eslavos, o curando las heridas de algunas personas con aspecto indígena, le llegan a cualquiera al corazón. ¿Podemos pensar entonces que hay alguna diferencia entre entrar en el ejército o apuntarse de voluntario en una ONG?. A pesar de la ola de sinrazón que nos invade no hay motivos para no decir las cosas como son: el objetivo fundamental de los ejércitos es la guerra o el amenazar con hacerla (la disuasión). Siempre ha sido así, y cualquier otro planteamiento sólo persigue engañar a la gente para que crea que las guerras pueden ser justas o pueden tener una finalidad distinta a la que realmente tienen.

 
No se puede discutir que algunas acciones de los ejércitos en ayuda a la población civil, son muy notables y dignas de reconocimiento. Pero sólo pueden exhibir el calificativo de humanitarias –léase exclusivamente en términos de beneficio de los seres humanos-, en tiempo de paz, esto es cuando los gobiernos que las impulsan no tienen a priori intereses en la propia ayuda, y sólo cuando son respaldadas por un mandato de la comunidad internacional refrendado en las Naciones Unidas. En este caso, y sólo en este caso, si la intervención de las fuerzas armadas tiene como objeto que su incomparable despliegue logístico se ponga al servicio y facilite la actuación de organizaciones humanitarias independientes podremos decir que dicha actuación estará absolutamente libre de sospechas de intereses o de parcialidad.

 
Desde el punto de vista semántico se juega de manera abusiva con la ambigüedad malintencionada de dar a lo que simplemente puede tener rango de adjetivo calificativo (humanitario es decir en beneficio de los seres humanos), un sentido de denominación nominativa que sólo se corresponde con actividades que realizan desde un consenso internacional con características propias y determinadas, y a la luz del Derecho Internacional Humanitario, determinadas organizaciones o agencias no gubernamentales: históricamente la Cruz Roja Internacional y, más recientemente también otras muchas organizaciones –el movimiento Sin Fronteras, Médicos del Mundo, etc- auténticamente independientes de las razones de estado y de los intereses gubernamentales. Sólo ellas pueden garantizar que las intervenciones que realizan en socorro y apoyo de las víctimas puedan ser consideradas auténticamente como ayuda humanitaria. Porque el humanitarismo como filosofía de vida y estrategia de trabajo toma al ser humano como objetivo fundamental de su acción, encuentra en su atención y en su supervivencia su razón de ser, se fundamenta en un estricto respeto de los derechos humanos y en unos principios éticos y morales , entre los que destacan muy significativamente:

 

 
  • La imparcialidad, entendida como una determinación a no tomar parte, esto es, el objeto de su acción es el ser humano que necesita ayuda, independientemente de su raza, sexo, religión, ideología, bando, etc. No discrimina a las víctimas, y por lo tanto no prioriza la ayuda a aquellos que comparten sus mismas ideas y objetivos, convirtiéndose por tanto en una acción con características profundamente éticas. Las modernas organizaciones de ayuda humanitaria, a diferencia de la Cruz Roja Internacional, acompañan el principio de imparcialidad de un matiz de no neutralidad, considerando que no es posible ser neutral si eso significa equiparar a las víctimas con sus verdugos, rompiendo de esta manera con el silencio culpable y asumiendo así un compromiso de denuncia ante el mundo en defensa de los derechos conculcados a las víctimas.

  • La universalidad, comprendida como la prevalencia del derecho de las víctimas a ser socorridas por encima de cualquier otra ley o norma nacional o internacional, incluidas las fronteras cuando estas dificultan el acceso de la ayuda a quienes la necesitan. Es en este principio donde encuentra sentido el auténtico derecho a la injerencia humanitaria tan vapuleado también por intereses espurios de ejércitos de gobiernos poderosos que esconden tras este título aviesas o inconfesables intenciones.

  •  La independencia, como un estado de conciencia que nunca pueden asumir quienes promueven las intervenciones militares, y que implica que la ayuda que se necesita no puede brindarla ni pagarla quienes tengan intereses distintos al puro socorro de las gentes necesitadas de la misma, y mucho menos quienes participen en la guerra. En este principio se fundamenta que la inmensa mayoría de las organizaciones de ayuda humanitaria que participan en el auxilio a las víctimas de la guerra de Irak hayan rehusado los fondos que el gobierno español ha puesto a disposición de las mismas. De la misma forma este principio evidentemente también invalida la denominación de ayuda humanitaria a las actuaciones del ejército español en aquél atormentado país.

  • El consentimiento de las víctimas, como seres humanos con derechos y con dignidad, a quienes no es moral ponerles en la tesitura de tener que aceptar el socorro de quienes les han causado el gran padecimiento que sufren.

 

 

 Es preciso desenmascarar este profundo fraude que se realiza sobre la ciudadanía bienintencionada y que insulta el más elemental entendimiento de las gentes. Se publica, por ejemplo, estos días en la prensa que el ejército de Indonesia después de infligir un serio correctivo militar en la provincia independentista de Aceh produciendo una gran tragedia humana entre la población civil, ha prohibido la intervención de organizaciones humanitarias independientes en la ayuda a la población civil desplazada de sus casas. El propio ejército ha asumido esforzadamente esa labor. ¿Alguien cree que la supuesta ayuda humanitaria que vaya a brindar ese ejército busca realmente como objetivo el socorro de las víctimas? ¿Alguien cree que vaya a ser independiente, no discriminatoria, imparcial o universal? Por supuesto que no. La denominada ayuda humanitaria que está dando el ejército indonesio será sin duda una herramienta más para su guerra, favoreciendo con ella a fieles y castigando a rebeldes, apropiándose indecentemente de un término y un concepto muy loable para intentar engañar al mundo sobre sus verdaderas intenciones y para generar más dolor y más sufrimiento.

 

Nadie podía aventurar hace unos años que quienes provocan las guerras y las injusticias iban a apropiarse de esta manera tan indigna de una terminología y una filosofía que tanto tienen que ver con la paz y con los derechos humanos, hasta llegar a darnos en nuestras propias narices con ellas para justificar lo injustificable y para hacer propaganda de todo lo contrario a lo que en realidad significan. Hasta tal punto que cada vez se hace más peligroso y difícil el trabajo de las auténticas organizaciones humanitarias independientes una vez que esa terminología se usa para justificar cualquier tropelía. Todo lo avanzado en años de trabajo serio y esforzado de miles de personas que trabajan en organizaciones humanitarias independientes puede desaparecer en cuanto la sospecha y la convicción de que todo es lo mismo prenda en el sentimiento de gran parte de la gente. Hará falta mucha pedagogía y mucho tiempo para desenmascarar esta patraña y para volver a situar en su lugar a un movimiento que nació de la mano de Henry Dunat, fundador de la Cruz Roja Internacional, tras la batalla de Solferino cuando desolado por la visión de miles de heridos abandonados a su suerte declaró que un soldado herido en una batalla deja de ser un soldado para convertirse simplemente en un hombre, y, como tal, toda la humanidad tiene obligaciones en su atención y en su supervivencia.

 

 

José Manuel Díaz Olalla
(Publicado en la Revista "Temas para el Debate", Junio 2003)

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